viernes, 16 de enero de 2009

El peor enemigo de la familia es una mala familia



"Las dudas me asaltan. No sé si tengo sentido común o patológico. Antes de irme al psiquiatra o de anegarme en vino con algún amigo, prefiero consultar a mis lectores. Mi primera sorpresa, esta semana, es ver a la inteligentsia progre manifestarse contra el asesinato de bebés, si quienes los mata es el ejército judío en vez de las clínicas abortistas ¿Será que los bebés palestinos son más inocentes que los concebidos, tan ingenuamente confiados en nacer? ¿Hay ahí una contradicción, una discriminación, algo que no rula o es que mi razón padece alguna patología? ¿No es malísimo, siempre y en todo caso, matar seres humanos inocentes? No estoy repuesto cuando me zarandea otra noticia. Una tal Natalie Dylan, de San Diego de California, subasta su virginidad en Internet. Asegura esta virgen en venta, por un lado de su boca, que la puja alcanza ya los 3,7 millones de dólares y, por la otra comisura, que no le parece importante su virginidad. Pues -¡caray con su virginidad!-, o es importante y por eso Natalie quiere sacarle a su valor toda la tajada posible, o no vale y entonces por qué ella espera mucha pasta gansa y por qué hay cola de clientes subiendo ansiosos la puja. ¿Qué tendrá la virginidad femenina que ‘vale’ aunque se ‘venda’? Y no me acusen de machismo, sino de realista. Si no hagan la prueba. Pongan en subasta, varones unidos, su virginidad en Internet y verán a cuanto asciende la puja. El machismo es, justamente, lo que explota nuestra Natalie. Ella sabe muy bien que hay mucho macho, precisamente por macho, dispuesto a soltar la guita por las novedades morbosas que la malicia femenina sabe poner en valor y mercado. Los clientes, en general y mayoría, son los machos. Además, según cuentan, la Dylan quiere el dinero para estudiar un Master en terapia familia y de pareja. ¡Toma ya! La imagino graduada y con la consulta abierta. ¿Tiene usted una o varias hipotecas como sogas al cuello, todas su cuentas en rojo, le dan calabazas los Bancos y le persigue Hacienda…?, pues la doctora Dylan tiene la solución: ponga en subasta a su mujer o, mejor, la virginidad de sus hijas. Y, en previsión, tenga hijas, en vez de varones, que se cotizan más alto en Internet. Termino. Menos mal que la Dylan es sincera y prohibe en su subasta que acudan los que sólo quieren novia formal. Ella está en venta, señores. Abstenerse los no compradores.

Ahora una de cal. Esta semana las familias tienen un encuentro trienal en México. Es el sexto. Lo organiza la Iglesia católica. En concreto, el arzobispado de México capital, como el quinto lo organizó el de Valencia en España. Alguien, entre irritado y decepcionado, me suelta en la mejilla derecha la siguiente bofetada. Menudas arrogancias las de esas familias católicas, que se presentan como ejemplos ante el mundo. Pero si están tan agusanadas como otras a las que critican. ¿O es que no se pelean, defrauda y envidian entre ellos, ni adulteran, ni se oprimen y manipulan, ni se desprecian, odian y abandonan, negándose palabra y rostro, olvidando que fueron hijos, hermanos o esposos?

¿Qué respondería usted? Devolverle un plus, un puñetazo, no es aconsejable. No porque haya que poner la otra mejilla. Sino porque tiene razón. Y ¿en qué tiene razón? En que no hay nada peor que la corrupción de lo óptimo. Lo diabólico fue angélico. El peor enemigo de la familia son las malas familias. Y ¿qué sufrimientos y miserias han hecho a mi amigo decepcionarse de la familia? Pues si uno escucha con atención sus quejas, en ellas descubre la nostalgia de la verdad. Bastaría con que cada familia luchase, sin rendirse a sus miserias, por ser lo que debe ser, para que el mundo gozase de una mejora súbita, intensa y perdurable. Una buena familia es aquel único lugar donde cada uno, desde su origen hasta su muerte, lo vale todo desnudo de todo. Una buena familia es todo lo contrario a la guerra íntima, al odio y la envidia, al fraude, la deslealtad y la infidelidad, al sometimiento, apropiación y uso egoísta, al desprecio, olvido y abandono. Todo eso, junto al mentirse, son sus enfermedades mortales.

Las familias que acuden a México, si son congruentes, deben practicar la humildad. Es la virtud que nos hace realistas. La culpa de cualquiera de nuestros desastres -dice la humildad- también es nuestra. A veces, en gran parte. Los católicos pecan, sin duda, y mucho. Pero son hoy casi los únicos que todavía reconocen la existencia del pecado y se confiesan de ellos. Las familias católicas reúnen en México para decirse entre sí y al mundo que el amor bueno, verdadero, procreador y bello es posible. Que ese amor -conservarlo, hacerlo crecer y curarle las heridas- es arduo. Sangre, sudor y lágrimas, perdonándose setenta veces siete unos a otros. Pero ese amor - la familia que no lo rinde jamás- vale la pena. Es la única luz y energía que la mantiene viva. Por eso nos golpea tan íntimo y duro su corrupción y su pérdida."


Pedro Juan Viladrich. La nacion.es, opinion

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